1897
Durante el cambio de siglo y hasta bien entrado el siglo XX, esta casa solariega situada en Arucas, a quince minutos de la capital de la isla, fue escenario de conversaciones y encuentros relacionados con la vida diaria de las familias que allí habitaban y trabajaban y con la actividad agraria y ganadera.
1900
Pasear por los diferentes espacios de la casa nos da idea de una actividad intensa que continuaría de manera casi imperturbable a través de estaciones, años y décadas, incorporando las tendencias de cada etapa, introduciendo nuevas técnicas y herramientas para aumentar la productividad de los principales cultivos: la caña de azúcar, el tomate y el plátano, destinados mayoritariamente a la exportación.
Lo cierto es que la industria cañamelera entraría en declive en las islas ya en los primeros años del siglo XX. Dos fueron las razones: el gran desarrollo adquirido por la fabricación de azúcar de remolacha y en segundo lugar el progreso del plátano, con mejores rendimientos y mayor facilidad de comercialización.
El patriarca construyó la casa a modo de residencia para él y su familia. La atención al cultivo y a la actividad exportadora, las labores de la casa o la participación en la vida de la comunidad daría poca oportunidad a la contemplación.
1914
A principios de siglo, los más jóvenes de la familia dedicaban no pocas horas al estudio de idiomas e ingenierías, entre otras materias a la vez que se estaba atento a las noticias de los acontecimientos históricos de peso que en Europa y en ultramar se iban sucediendo e iban sacudiendo el orden mundial.
1917
La menor y única mujer entre los hermanos, Francisca Guerra
Marrero, doña Paca, nació con el nuevo siglo. Sería la última moradora antes de que la casa cerrara sus puertas durante varios lustros.
En los años de mayor actividad la casa era punto de encuentro habitual, el
lugar donde todo confluía: la preparación de los alimentos, las
labores domésticas y las del campo, el cuidado de los animales, el
día a día y la vida social de los moradores...
1920
Desde aquí se observaba con atención la actividad comercial en
aquella Europa tan lejana cuyos habitantes mostraban una apetencia
creciente por el plátano, cultivo introducido
en las islas alrededor de 1840, destinado a la exportación.
La mirada emprendedora se orientaba también en dirección opuesta, al otro lado del océano; en Cuba proliferaban el cultivo
de caña de azúcar y los ingenios. Hasta allí llegarían varios de los
hermanos; a modo de ejemplo, Manuel Guerra trabajó en la central
azucarera Gómez Mena.
Las oportunidades de trabajo y de poner en práctica el conocimiento
se materializaban a menudo lejos. Era necesario formarse
y estar presente en los mercados de frutas y verduras europeos
para garantizar las mejores condiciones para el producto local.
Por ello, el espacio entre los muros fue escenario de despedidas y, a veces, de bienvenidas; las migraciones e intercambios que radiaban desde la casa eran frecuentes. Los viajes sin fecha clara de retorno hacia el centro de Europa o las islas británicas no eran menos habituales que las migraciones a Cuba y, a veces desde allí, a América.
1922
Eran años, los de principio de siglo, de incertidumbres, de labor intensa y decidida, pero también de optimismo, en las postrimerías de un nuevo siglo que auguraba cambios y progreso. No sería hasta varias décadas más tarde que el turismo comenzaría a florecer principalmente en el sur de la isla hasta consolidarse como principal industria del archipiélago.
2019
Con el objeto de revivir y dar continuidad a la esencia como lugar
de encuentro de esta casa familiar, los descendientes de sus primeros moradores quieren rescatar y
dar nueva vida a esta propiedad, con fidelidad a sus orígenes,
vinculada a la producción del plátano canario y a otros
cultivos de arraigo en las islas.
La casa de tía Paca, en la cosa norte de Gran Canaria, abre ahora
sus puertas y nos traslada a aquellos años de finales de siglo XIX
y de principios del XX que fueron tan esenciales para dar forma a
una manera de ser y de pensar de los isleños, volcados en la
tierra con la misma intensidad con la que estaban atentos a las noticias que llegaban a través del mar
de aquellos que habían emigrado.